Pedir disculpas
Vecino. Informacion.

Permítanme una distinción de andar por casa. No se piden disculpas. Se presentan. Yo he cometido un error y presento mis disculpas. No se las pido al otro. Presento las mías por haber sido un imbécil. Hasta aquí, nada importante. Lo peor viene después. Y ¿qué sucede a continuación? Por regla general, nada. La gente piensa que por “pedir disculpas está todo arreglado”. Por ejemplo, Putin “pidió” disculpas a Azerbaiyán porque un misil ruso despistado había abatido un avión de viajeros dejando un reguero de 40 muertos. Parece un chiste de Gila: “¿Es Azerbaiyán? Nada, que quiero pedir disculpas por lo del avión. Eso sí. La próxima vez lo haremos mejor. No dejaremos que nadie salga vivo del estropicio. De nada.”
Muchos políticos “piden” disculpas tras alguna metedura de pata cometida. Todos conocemos algunos de ellos. Está bien que sean educados. Pero este acto de reconocimiento por haberla cagado no los lleva a tirar de papel higiénico. Son de la escuela del emérito sinvergüenza: “Lo siento. Me he equivocado. No volverá a ocurrir”. Pero, como ni lo sienten con el corazón, ni consideran haberse equivocado con la inteligencia, volverán a hacerlo en cuanto se les ponga a tiro la pieza siguiente a cazar.
Por estos pagos, estamos bastante acostumbrados a este lamento. Presentan y piden disculpas, dicen que arreglarán cuanto antes el desaguisado ocasional, siempre ajeno a su voluntad… Se disculpan por las molestias causadas sin concretarlas nunca y, en el colmo de la desfachatez, agradecen nuestra comprensión. Comprender, ¿qué? ¿Que son unos inútiles y unos caraduras?
Así que para no hacer el hipócrita, lo mejor sería que no pidieran ni presentaran disculpas. Y que lo más oportuno y más educado sería que dimitieran. Es la única manera de saber que no nos está tomando el pelo. Sobre todo, si dicho guión disculposo se repite no una, sino dos, tres y hasta cuatro o cinco veces…
En la mayoría de las veces que el poder pretende ser educado con el ciudadano lo es porque se la quiere meter doblada. El político jamás asume la responsabilidad de lo inútil que es como político representativo. Si lo reconoce, dimitiría.
Hasta la cocorota