CONVERSACIÓN SOBRE LA GUERRA (I)
Vecino. Informacion.

Hace unos días, un grupo de personas, hombres y mujeres, reunidas de un modo circunstancial, hablaron de un tema que, por lo general, suele causar planteamientos enfrentados. Aquí no se discutió, ni se disputó. No significa ello que estuvieran de acuerdo con lo que cada uno dijo. Sencillamente se escucharon entre sí. Este fue el resultado.
El primer tertuliano sostuvo que “era curioso que los nietos de los descendientes que perdieron la guerra hablen mucho más de esta que los nietos de los vencedores. Aquellos celebran el día de la República, el día 14 de abril, recordando a los fusilados en 1936 y lo vuelven a hacer a finales de septiembre, dentro del día de la Memoria Histórica.
Calificó este hecho como “una conquista de la democracia. Pues durante más de cuarenta años estuvo prohibido. Durante la dictadura, la única versión de lo sucedido fue la verdad impuesta por los militares y la iglesia: los rojos enemigos de la fe y de la Iglesia, de ahí que su muerte fuera comparada con la de limpiar la cizaña del campo, arrancada de raíz para dejar crecer los buenos frutos. algo necesario y obligatorio. La guinda la puso la Iglesia cuando dijo que “Dios lo quería”. Desde luego, al Dios en el que yo creo jamás le oí decir que aprobaba semejante barbarie”.
El segundo completó la intervención del anterior diciendo que “para él lo más llamativo era lo contrario de lo dicho, es decir, el silencio de los herederos de los que ganaron la guerra. No organizan charlas, ni conferencias, ni se reúnen en el cementerio para recordar a los muertos que murieron en el frente luchando contra la República”. Su opinión acerca de esta actitud era que, “quizás, ya estaban hartos de haberlo hecho durante más de cuarenta y pico años, años en los que cada día sus abuelos hacían misas para rezar por los Caídos y manifestaciones para celebrar el triunfo del Glorioso Movimiento Nacional sobre las hordas marxistas y judeomasónicas. Entiendo que esta indiferencia no se debe a un cambio de mentalidad, ni de pensamiento político. Sencillamente, se han dejado llevar por las circunstancias. ¿Por conveniencia? Ni eso siquiera. Por vagancia”.
El tercero ahondó en el porqué las derechas se comportaban de esa manera. Dijo que “eso era a que, tal vez, su comprensión de lo sucedido respondía a otro tipo de planteamientos, más que políticos, prácticos y egoístas, de quienes ya nada les importa qué pasó en su pueblo hace casi un siglo. Lo que podía tomarse como algo positivo, pues eso podía significar que estas personas ya no se sentían orgullosas de lo hecho por sus antepasados. Pero añadía que, también, era más que posible que esta juventud pasase de este pasado, porque no iba con sus intereses actuales. La juventud nunca ha creído cuando se les dice que “quien olvida el pasado, lo repite”. Y es un síntoma fatal que VOX haya encontrado en parte de esa juventud un caladero para pescar votos… a través de las redes sociales donde el conocimiento se simplifica de un modo vergonzoso. Si esta juventud supiera lo que sucedió en 1936, quizás, no serían tan ingenua a la hora de aceptar los relatos populistas de esa organización fascista. No comprenden aún que apoyar las versiones de VOX sobre la guerra civil supone estar a favor de quienes cometieron los asesinatos de Villafranca”.
La quinta intervención habló de las últimas generaciones de Villafranca diciendo que “le habían defraudado”. En su opinión, “eran más que conscientes de lo que había pasado” y que, dado el tiempo transcurrido, esperaba que “aquellas hubieran sido más valientes afrontando lo que sus abuelos no fueron capaces de hacer cuando llegó la democracia en 1978: contar la verdad de lo que hicieron. Yo esperaba una generación rebelde contra lo que hicieron sus abuelos, por no haberles animado a que contasen lo que hicieron y por qué lo hicieron. Pero en esta tierra parece que seguimos teniendo como héroes a quienes han sido unos criminales, como la mayoría de los militares. Una desgraciada tradición que ha manchado a Navarra entera”.
El sexto participante habló y dijo que “ni los hijos, ni los nietos de los vencedores de la guerra eran culpables de lo que hicieron sus abuelos en 1936. Tampoco de su silencio. Si no quieren hablar, están en su derecho”. Reconoció, sin embargo, que “estos silencios nunca han sido buenos para quienes han tenido que apechugar con ellos. Es como una costra que, finalmente, recubre una herida que no deja de cicatrizar, como buena costra que es, pero cuando esta se resquebraja, sale a flote de nuevo la memoria que intranquiliza…” Completó su intervención afirmando que “”una sociedad con tantos silencios a sus espaldas no puede estar sana y no es de fiar, Le falta transparencia y le sobra miedo”.
Un séptimo interlocutor dijo que “cuando se hablaba de la verdad de lo sucedido le recordaba a un puzle imposible de construirse, dado que sus piezas ni siquiera estaban encima del tablero. Hasta la fecha, las únicas piezas a la vista eran las de los hijos y nietos de los vencidos. Y, para colmo, son piezas que los herederos de los vencedores cuestionan; son falsas, añaden. Paradójicamente, ellos nunca sacan a flote cuáles son las piezas de su puzle que dicen ser parte de la verdad”.